Následující text není historickou studií. Jedná se o převyprávění pamětníkových životních osudů na základě jeho vzpomínek zaznamenaných v rozhovoru. Vyprávění zpracovali externí spolupracovníci Paměti národa. V některých případech jsou při zpracování medailonu využity materiály zpřístupněné Archivem bezpečnostních složek (ABS), Státními okresními archivy (SOA), Národním archivem (NA), či jinými institucemi. Užíváme je pouze jako doplněk pamětníkova svědectví. Citované strany svazků jsou uloženy v sekci Dodatečné materiály.

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Josefina Ganzarain Gómez (* 1938)

Mi esposo Vicente, que ya falleció, seguro que está en el cielo diciendo ‘misión cumplida’.

  • Nombre completo: Josefina Ganzarain Gómez.

  • Padres: Marcelino Ganzarain y Macrina Gómez (emigrantes españoles).

  • Nacimiento: 17 de junio de 1938, La Habana, Cuba.

  • Infancia y valores: Hogar profundamente cristiano; énfasis en solidaridad y ayuda al prójimo; juventud alegre y esperanzada.

  • Matrimonio: Noviembre de 1959 con Vicente Gutiérrez.

  • Contexto pos-1959: Pese a advertencias sobre el rumbo político, regresan a Cuba tras la luna de miel por lazos familiares.

  • Represión inicial: Durante los primeros años del régimen, coincidiendo con Bahía de Cochinos, Vicente es encarcelado como preso político por 3 años; nace su primera hija durante su prisión.

  • Presión política y exilio: En 1966, presiones para integrarse al Partido Comunista; Vicente se exilia a España, dejando a Josefina y tres hijas en Cuba.

  • Reencuentro familiar: 19 meses después (1968) la familia se reúne en Barcelona.

  • Residencia y familia en el exilio: Desde 1968 reside en España; junto a Vicente forman una familia de cinco hijos.

  • Situación actual: A los 87 años, mantiene el deseo de regresar a una Cuba libre y sueña con presenciar ese momento.

  • Fallecimiento del esposo: Vicente muere en 2020, sin volver a la isla.

  • Marco del testimonio: Entrevista realizada dentro del subproyecto Memoria de Nuestros Vecinos Cubanos.

  • Ejes temáticos: Fe y servicio al prójimo; impacto de la represión política en la vida familiar; separación y reunificación en el exilio; persistencia del anhelo de retorno a una Cuba democrática.

Nacida en La Habana el 17 de junio de 1938, Josefina Ganzarain Gómez creció “en un ambiente superfamiliar y muy cercano”, en una casa siempre abierta a los demás: “Nuestros padres siempre tuvieron la misión de que fuéramos amigos de todos los compañeros que traíamos a casa”. Esa matriz afectiva y cristiana marcó su sentido de comunidad y la preparó —sin saberlo— para una vida atravesada por la represión política y el exilio.

El quiebre del castrismo
Su memoria de infancia y juventud es nítida: “Han sido una infancia y una juventud muy felices… las casas de mamá y papá estuvieron abiertas para que tuviéramos la libertad de traer a todos nuestros amigos”. La irrupción del castrismo fue un quiebre: “La época del castrismo fue un rompimiento a lo anterior vivido”. El día después de la invasión de Bahía de Cochinos, “vinieron a casa y se llevaron preso a mi marido”. A las dos de la madrugada, desde la comisaría, escuchó: “Fina, me llevan a La Cabaña, a disposición de los tribunales revolucionarios”.

Cárcel, anhelos y resistencia íntima
Empezó entonces una etapa de zozobra y resistencia. Entre náuseas y nervios, su madre le repetía: “Esos son los nervios, hija, ya verás que todo se arreglará”. Dos meses después, una noticia cambió la luz del relato: “El médico me dijo que estaba embarazada de dos meses… Eso fue nuestra fuerza para seguir adelante”. La vida cotidiana, sin embargo, se cerraba: racionamiento y vigilancia constante. “Nos tuvimos que limitar a la libreta de abastecimiento… pero eso para mí no era tan importante como tener enfrente de mi casa el Comité de Defensa de la Revolución, que me vigilaba día y noche”. Hubo miedo en el entorno —“muchos, al saber que Vicente estaba preso, dejaron de venir por temor”—, pero la familia “estuvo ahí, dándonos apoyo”.

Juicio sin abogado y traslados
El itinerario carcelario de su esposo retrata el aparato represivo. En La Cabaña, Galera 8, las visitas eran quincenales, hasta que él “se enteró de que si barría el comedor tenía derecho a otra visita más”. Ella cruzaba la bahía cada viernes para verlo. Llegado el juicio, el 3 de noviembre de 1961, todo fue más brutal de lo previsto: “Vicente llegó y vio que no había ningún abogado… se defendió él solo”. La fiscalía pidió 15 años; el 8 de noviembre, fecha de su segundo aniversario de bodas, la condena quedó en tres. Diez días más tarde, el 18 de noviembre de 1961, lo trasladaron “en cordillera” a Isla de Pinos. Josefina dio a luz el 13 de diciembre; el régimen le negó una visita especial para presentar a la niña. “La visita oficial me tocó el 28 de abril de 1962. Por lo tanto, Vicente conoció a Anabel con cuatro meses”.

Vigilancia y registros en casa
La casa tampoco era refugio seguro. Sufrió registros domiciliarios, incluso con errores groseros en la orden (“aparecía otra calle y no la nuestra, Juan Delgado”). Los agentes escarbaron en altillos y revisaron “cartas personales”. En una escena casi grotesca, celebraron haber hallado “lo que querían”: una botella de licor forrada en rafia que confundieron con un cóctel Molotov. “Y se les quedó que no, yo no tenía nada”.

La decisión del exilio
Tras salir de presidio en 1964, Vicente consiguió trabajo en el Ministerio de Comunicaciones gracias al aval de un conocido, y puso condiciones con franqueza: “No cuente conmigo ni para ponerme un uniforme de miliciano, ni para ir al trabajo voluntario, ni para una concentración en la Plaza de la Revolución”. Le aceptaron, pero la presión política no cesó. El salto al exilio se definió entre hostigamientos —“nos tocaron a la una de la madrugada, ‘telegrama’, entraron en casa; querían quedarse tomando cervezas”— y una vía de salida posible: pagar pasajes a España cuando los vuelos gratuitos a Varadero colapsaban. “Vicente salió superrápido, el 22 de agosto de 1966”.

Para Josefina la espera fue de 19 meses. Gestionó inventarios duplicados, poderes notariales para las niñas y requisas de aeropuerto. La madrugada del 31 de marzo de 1968 llegó con tres hijas a la terminal. La escena final antes del despegue revela la arbitrariedad del poder: un militar separó a pasajeros por lista y se pretendió dejar en tierra a Anabel y Cecilia “porque había una delegación del Gobierno que necesitaba asientos libres”. Ella plantó posición: “Si mis hijas no viajan, yo tampoco viajo”. Tras negociaciones, cedieron asientos y el vuelo —larguísimo— partió. “Así llegué a Madrid… y lo primero que le dije a mi marido, con Marijé en brazos, fue: ‘Aquí tienes a tu hija’”.

Reencuentro, legado y gratitud
El reencuentro fue inicio y promesa: “Un nuevo futuro, pero juntos”. En España nacieron dos hijos más, “dos catalanes”, y la pareja volcó su energía a la educación y el trabajo. Años después, el balance íntimo de Josefina combina duelo y gratitud. “Durante la época del castrismo maduré muchísimo, pero también en el exilio… Esa madurez todavía se hizo más fuerte”. En 2020 murió Vicente; más tarde, también una de sus hijas. “En el dolor se madura, se crece. Y se crea un nuevo futuro; para adelante”. Su cierre no es una consigna, sino un agradecimiento: “Gracias, gracias y gracias… me siento feliz, me siento acompañada… esos dos están ahí arriba, en el cielo, dirigiendo la orquesta”.

Entre la casa abierta de su niñez y los controles del Estado, entre la cárcel y la bahía, entre la “pecera” del aeropuerto y la pista de Madrid, Josefina sostuvo un hilo: familia, fe y determinación. Cuando tuvo que elegir, eligió a los suyos. Cuando tuvo que hablar, habló claro. Y cuando le tocó partir, lo hizo con todo —hijas en brazos, convicciones en alto— para construir, desde lejos, la vida digna que le negaron en su patria.

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